El día de hoy
van 779 días. ¡Qué fecha más larga y más corta!. Fue un tres de enero del 2012,
el día que decidí dejarlo. No tenía intenciones específica, no tenía una gran razón,
pero de cualquier manera decidí hacerlo. Muchas de las grandes decisiones de la
vida son así, de impulso y sin pensarlo mucho. Al pensar mucho las decisiones
se vuelven difíciles y los motivos se pueden volver distantes.
No existe día
que no lo extrañe, tampoco he tenido algún buen momento entre amigos que no
quisiera que estuviera conmigo. Lo recuerdo en los días fríos y en las mañanas
con el café. Mi compañero de cervezas y de corazones rotos. Me presento a mis
amigos de la universidad y siempre encontraba una manera de estar ahí. Aunque
no estuviera permitido, siempre estaba conmigo. Me acompañó en mi llanto y en todos mis desamores.
Pero como todas
las grandes relaciones o todas las historias de amor, que son dignas de
contarse, llegamos a un punto de diferencias irreconciliables. Pasamos por
etapas de desacuerdos difíciles, no fue a la primera que pude separarme. Como
en todos los noviazgos, uno nunca puede terminar con la relación a la primera.
Se necesita uno y otro intento hasta conseguir el valor, de porfin hacerlo.
Pasan los días y no estamos seguros de nuestra decisión, empezamos a extrañar y
esa pequeña adición que nos dicen: Este es un buen momento para que estuviera ahí.
Pero algo me
atrajo la primera vez que nos presentaron, todavía lo recuerdo, esa fiesta en
secundaria. Donde tener una cerveza era algo que solamente los niños malos hacían
y siempre que había una cerveza, él siempre estaba ahí. No sé si fue la
curiosidad o las ganas de verme como alguien que no le importa lo que pensaran
de mí, o fue esa rebeldía tan fuerte que tuve en aquella edad y quería luchar contra
las reglas, pero aquella fiesta fue la primera vez que lo tome entre mis manos.
Claro que no fue
amor a primera vista, sentía que hacía algo mal y no sabía cómo reaccionar, no
se sentía natural y hasta me mareaba. Mis papás no podían saber, ni los de mis
amigos, los profesores, o cualquier persona de mentalidad cerrada (eso decía yo
en aquel momento), sentía las miradas como me juzgaban y decían que estaba mal.
¿Qué iba a saber yo? Con mis apenas 13 años cumplidos y descubriendo el mundo.
Entrando a
preparatoria todo fue cambiando, ya no era el único y había muchos más
compañeros que también lo conocieron. Poco a poco la gente se iba animando, querían
saber porque nos atraía tanto, ¿Qué es lo que le ven? Nos preguntaban, y la
respuesta no era fácil: Te hace sentir bien, especial, te tranquiliza y te hace
tener un buen tema de conversación. Te une con los demás y siempre ayudaba a
conocer gente con el mismo afán.
Pero no todo es
amor y alegría, poco a poco me fue afectando en lo personal, se metió con mi economía
y me hacía gastar más de lo que necesitaba. Me fue aislando poco a poco de los restaurantes
y los bares. Siempre teníamos que buscar un lugar donde pudiera estar, aún si
era la mesa más fea y desolada del lugar. En las fiestas si ya no estaba, se volvía
un caos, teníamos que encontrarlo aun si tuviéramos que recorrer media ciudad
en las noches de año nuevo.
Siempre sucio y
oloroso me apestaba la ropa. Con el paso del tiempo, pasó de ser agradable a esa
sensación que uno carga todo el día de traer una estigma en la sien. Le gente
fue cambiando, tus compañeros de prepa ya no eran los que estaban contigo todo
el día. Mi círculo de gente que lo compartía, cambio de ser un grupo de jóvenes
a ser señores obesos y con serios problemas. Siempre oliendo a cafeína te venían
preguntando si querías salir un rato, bajo el pequeño techo de la oficina todos
lo compartíamos. No importaba si
estuviera a 45 °C, lloviendo, viento o frío extremo, como hombres fieles ahí íbamos
a estar.
Un fin de semana
de cervezas se fue convirtiendo en un calvario, siempre buscando esos bares
donde lo permitieran, la cruda que me daba al día siguiente, tanto física como
moral. Siempre diciéndome: ¡Joaquin, Esto tiene que acabar!, pero nunca me quería
escuchar, como todos esos grandes consejos que nos damos: Ahorra más, estudia
más, no manejes, siempre es más fácil ignorarlos. Pero cuando uno piensa, cómprate
una televisión nueva, una cerveza más, no hagas tarea mejor vámonos de fiesta,
esos pensamientos siempre son más fáciles de escuchar.
El momento
irreparable fue cuando empecé a salir en bicicleta, poco a poco me fui
enamorando de ella, era mi razón para levantarme temprano. Mis nuevos amigos
eran gracias a ella y estaba muy feliz. Y ellos dos no se llevaban bien, se
volvieron enemigos, celosos y uno no soportaba la presencia del otro. Ella quería
que cada día avanzará más rápido y él hacía que yo fuera más lento. Ella quería
que subiera una montaña y él me pedía quedarme en la parte baja.
Al final, las
diferencias entre el cigarro y yo, se volvieron irreconciliables. Llevo 779 días
sin fumar, y cada día lo extraño un poco. Pero ya me dije que nunca más, aunque
grite, llore, moquee, berrinche, nunca más. Ya se mejor que eso y sé que no nos
vamos a llevar.